Dinamarca en jaque por el Islam
Dinamarca. Un país en jaque por el islam radical
Agha Momamed Nadeem llegó hace 30 años a Dinamarca.
«Entonces -cuenta mientras atiende a los primeros clientes en su carnicería "halal" en el barrio de Norrebro en Copenhague- cuando los daneses veían a una persona con el pelo negro, casi te invitaban a casa, para ver algo exótico y saber cosas de países lejanos. Ahora todo el mundo está cerrado a cal y canto». La sociedad danesa, en efecto, se ha roto.
Esta semana, hasta el líder de la oposición socialista ha dicho públicamente que los musulmanes que no se sientan integrados deberían «irse a Oriente Medio».
El segundo episodio de las caricaturas de Mahoma ha acabado con el espejismo de una Dinamarca apacible y todo lo que era políticamente correcto en el trato con la comunidad musulmana ha saltado por los aires. Si hace un año fue un conflicto entre un pequeño país nórdico y el orbe islámico, irritado por la publicación de unos dibujos que fueron considerados blasfemos, ahora es una reacción casi alérgica de gran parte de la sociedad danesa contra la resistencia de muchos musulmanes a acomodarse a los valores democráticos que han hecho de este país uno de los mejores lugares del mundo para vivir.
Las noches de disturbios en Copenhague, escuelas y coches quemados (que poco a poco empiezan a remitir) y las amenazas de un nuevo boicot comercial han tenido un efecto que en otros tiempos habría parecido imposible: en vez de buscar el apaciguamiento timorato, todos los partidos se han unido para combatir sin fisuras las posiciones de los dirigentes de la comunidad musulmana.
Cuando hace una semana hubo una manifestación de militantes islámicos y se pudo ver a los representantes de organizaciones moderadas como la «Sociedad Islámica» junto a los extremistas de Hibz-ut-Tahir, hasta el líder del Partido Socialdemócrata (en la oposición) Villy Sovnd quemó públicamente las naves en sus relaciones con la comunidad musulmana diciéndoles que «si quieren vivir en una dictadura religiosa, peor para ellos, pueden elegir cualquier país de Oriente Medio donde estas dictaduras existen».
Todos a una
La segunda parte del episodio de las caricaturas de Mahoma empezó el pasado 12 de febrero, cuando la policía detuvo a tres personas, dos tunecinos y un marroquí nacionalizado danés, acusándoles de planear el asesinato del dibujante del Jyllands-Posten, Kurt Westergaard.
El dibujante ha pasado a la clandestinidad, pero a diferencia de lo que sucedió el año pasado, en este caso los diarios no esperaron ninguna explicación y toda la prensa del país publicó de nuevo las caricaturas para demostrar que no se sentían amedrentados en la defensa de la libertad de expresión.
Los tunecinos han sido expulsados, y el ciudadano danés está en su casa a la espera de juicio. Para los musulmanes se trata de una doble provocación, una de la policía y otra de los diarios. Por las noches, grupos de jóvenes desafían a la policía quemando coches y papeleras desde hace casi dos semanas.
Hace tan sólo diez años nadie habría podido prever que en Dinamarca se desataría esta tensión intercomunitaria, casi balcánica. Nadie podría haber dicho que habría allí ciudadanos que preferirían el totalitarismo teocrático a la sociedad avanzada y tolerante donde viven o en la que han nacido.
Pero no sólo son los daneses de origen cristiano los que han roto el tabú del convencionalismo bienpensante. También los musulmanes se atreven a decir que se sienten más musulmanes que daneses o que se consideran miembros de la comunidad musulmana universal.
De repente, se encuentra uno un taxista nacido en Copenhague de una familia que dejó Turquía para huir de la miseria, que no piensa en otra cosa que en el advenimiento del califato universal, «en Andalucía también, naturalmente», como solución a todos los problemas: «Ni capitalismo ni comunismo: el islam es la solución».
Ver a un marroquí, que lleva más de treinta años en Dinamarca, salir corriendo de su tienda de productos marroquíes para no perderse la oración de media mañana en la mezquita de Norrebro, hace un tiempo no habría llamado la atención: ahora a muchos daneses les irrita, y -lo que es nuevo- no se lo callan.
Morten Messerschmidt, portavoz de asuntos europeos del Partido Popular Danés (DF) lo tiene claro también: «Los daneses han dejado de pensar que la culpa de que la integración no funcione es suya y están abriendo los ojos, se dan cuenta de los problemas se crean cuando no se quiere aceptar la realidad. No es razonable que una minoría que insiste en no aceptar los valores de la sociedad democrática quiera imponernos los suyos».
El DF es un partido de extrema derecha, que apoya desde fuera al Gobierno liberal-conservador de Anders-Fogh Rasmusse, que depende de sus diputados para mantener la mayoría. Probablemente no lograrán que se aprueben todas sus propuestas de restringir la llegada de nuevos emigrantes musulmanes, pero lo intentarán: «A mí no me molesta que me digan que soy islamófobo, porque reconozco que lo soy».
El Gobierno está obligado a buscar maneras más suaves para resolver un problema que existe, y la ministra de integración Birthe Ronn Hornbech se ha reunido con los principales representantes de las organizaciones islámicas. Pero a efectos reales, no ha servido de gran cosa.
Mientras que para el portavoz del centro islámico «Wakf», Ahmed Harby, ha sido una reunión emblemática, tan satisfactoria que se acuerda perfectamente de «las dos horas y 20 minutos» que estuvo en el despacho de la ministra y de la «atmósfera positiva» que detectó, la líder del Partido Popular Pia Kjarsgard ha dicho que le parece «tonto e inocente pensar que puede salir algo constructivo de una reunión así».
Hasta Naser Khader, un diputado de origen musulmán que por ello se ha hecho muy famoso en Dinamarca, ha dicho que las organizaciones islámicas «son especialistas en decir una cosa y hacer otra».
Otro de los cambios desde el año pasado es que el imán de la mezquita más importante de Copenhague y el que llevó a Egipto la polémica de las caricaturas, Abu-Laban, ha muerto.
Sin su liderazgo, la capacidad de influencia de la comunidad se ha reducido bastante, pero no la actividad de los fieles.
Anteayer, en la oración del viernes se leyó un comunicado en árabe y danés para contar a los fieles los resultados de la reunión: exigen que se detengan lo que consideran «leyes de excepción» invocadas en la lucha contra el terrorismo y piden diálogo «para una integración sin renunciar a nuestras tradiciones islámicas». Y la guinda de su propuesta es la convocatoria de una gran conferencia internacional «entre Dinamarca y el mundo musulmán» para establecer «un diálogo civilizado que nos lleve a las raíces del problema».
Es posible que hace diez años una propuesta como ésta hubiera tenido más resonancia. En estos tiempos no parece que quede mucho espacio para ese «diálogo civilizado». «Al menos, con nosotros que no cuenten» responde Messereschmidt».
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