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EUROKRISIS

Artrículo II sobre el marxismo de Antonio Gramsci

Gramsci, la revolución cultural y la estrategia para Occidente.

Dr. Ricardo Miguel Flores.



I. Preámbulo.

Ante los ojos de muchos de nuestros contemporáneos, el marxismo es punto menos que una concepción del mundo derrotada, una filosofía perimida o hasta un objeto de nostalgia en determinados casos [1]. En realidad ésto no hace totalmente justicia a la realidad, ya que a una visión que busque ahondar en el asunto, las cosas aparecen de un modo diverso y no tan expeditivo.

Incluso a personas con un nivel de información apreciable y hasta con alguna especialidad humanística, se les ha escapado cómo el marxismo-leninismo -de suyo perverso- fue deviniendo hasta mutar en algo más destructivo y sutil, y por ello mismo, más difícil de detectar. Nos estamos refiriendo al gramscismo, filosofía que quizá es cada vez menos explícitamente mencionada en eventos, publicaciones y ambientes filosóficos especializados, pero que sin embargo, como haremos ver en el presente artículo, ha triunfado como
pocas visiones filosóficas lo han hecho a lo largo de la historia, siendo su escasa notoriedad abierta, parte precisamente de su insidiosa victoria.

Analizaremos primero, en qué consistió justamente el cambio del leninismo al gramscismo, como especificación diversa sobrepuesta a la plataforma marxista. En segundo lugar consideraremos porqué se prefirió tácticamente, en particular para Occidente, al gramscismo como ariete filosófico-cultural disolvente; en tercero, cuál es la especificidad de su propuesta filosófica y cuáles son sus principales nexos con otras filosofías, dado su contexto italiano; en cuarto término, cuáles han sido las consecuencias socioculturales de su vigencia filosófica y política, y finalmente, en quinto, qué corolarios se deben extraer, a la luz de la filosofía realista a fin de contrarrestar la Revolución Cultural, cuyo diseño y arquitectura, fue la obra a la que consagró su vida Antonio Gramsci, pensador italiano nacido en Cerdeña (1891-1937).

Después de todo, como dice el Padre Alfredo Sáenz: "es quizás el suyo el único intento marxista de plantear globalmente y, según creo, con mucha inteligencia, la cuestión del tránsito hacia el socialismo en una sociedad de formación occidental" [2]. Añade el autor a renglón seguido que tanto los fenómenos del eurocomunismo y del ítalo -comunismo, son de hechura gramsciana, y que fueron delineados como estrategia para la conquista del poder por parte de los partidos comunistas en los países latinos.

Al no poder establecer una dictadura abierta en las naciones occidentales, se ha adoptado como veremos, una vía más larga, pero que se busca que sea más efectiva, más sólida y afianzada, que es la de la dictadura mental, de la que han hablado algunos de sus críticos. El proceso y mecanismos de establecimiento de dicha dictadura será parte de lo tratado en el presente escrito.



II. De la revolución soviética a la revolución cultural. Heterodoxia de
Gramsci.


No es en manera alguna ocioso recordar cuáles eran las ideas de Lenin -y otros "maestros fundadores" del marxismo- respecto a cómo y bajo qué condiciones se habría de llevar a cabo el tránsito hacia la sociedad socialista.

En breve, Lenin postulaba la necesidad de llevar a cabo primero la revolución socialista en el terreno político-militar, instaurar a
continuación la llamada "dictadura del proletariado", y a partir de la apropiación por parte de los comunistas de los "aparatos de Estado" como diría Althusser, realizar los cambios necesarios en materia ideológica y cultural.

En terminología marxista, para Lenin, había que transformar primero lo que Marx denominó en sus obras "infraestructura" (la economía), para de ahí proceder a modificar la "superestructura" (religión, derecho, ideología, cultura). Ello no obsta a la cuestión de que ciertamente el propio Lenin le había "enmendado la plana" a Marx al menos en un punto: para el pensador de Tréveris, la Revolución se habría de realizar primero en los países de industrialización más avanzada (en este caso, Inglaterra, Alemania, Francia, Bélgica) y no en las naciones predominantemente agrícolas; en cambio, para el pensador ruso, sí era posible que una nación agrícola atrasada como Rusia -que entonces iniciaba su industrialización- realizara "dadas las condiciones objetivas" su transformación revolucionaria.

Dadas las dificultades persistentes en las naciones de Europa Occidental para llevar a cabo una revolución de carácter violento, los pensadores marxistas más lúcidos, -destacadamente Gramsci- se abocaron a la tarea de diseñar una estrategia marxista para Occidente; en su caso, particularmente para la situación de Italia y, por extensión, para todos los países de cultura latino-católica.

Gramsci consideraba que mientras Italia fuese católica, toda tentativa revolucionaria estaba destinada al fracaso. Incluso el lanzar una revolución mediante la vía violenta podía involucrar el nada desdeñable riesgo de perder todo lo avanzado, de abortar toda la operación al presentarse un golpe de Estado y/o una dictadura militar.

Había que variar la estrategia. Mas antes de proseguir, debemos introducir aquí una distinción conceptual gramsciana necesaria para entender de una manera adecuada los planteamientos de este autor. Se trata de la distinción entre sociedad civil y sociedad política. Siguiendo libremente en este punto al P. Alfredo Sáenz, podemos decir que la primera habrá de consistir en el conjunto de organismos privados que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad o el conjunto de organismos que crean un modo de pensar en el pueblo, le crean un "sentido común", o modo natural de sentir y pensar y que viene vehiculizado por
instancias tales como la Iglesia, la Universidad, la escuela, los medios de comunicación, entre otros.[3]

Por su parte, la sociedad política viene a ser el conjunto de organismos que ejercen una función coercitiva y de dominio directo en el campo jurídico, político y militar. Fundamentalmente consiste en el Estado, que tiene por función "la tutela del orden público y el respeto de las leyes". El hecho es que para Lenin -todavía fiel a la concepción marxista de la sociedad civil- el primer objetivo sigue siendo la conquista del Estado, mientras que para Gramsci, la meta es la misma sociedad civil -conjunto de relaciones ideales y culturales-.

Hecha esta necesaria distinción, podemos a continuación abordar la cuestión de porqué para las naciones de Occidente -particularmente para las de raigambre latino-católica-, se hizo necesario para los marxistas elegir una táctica bien diversa a la que se siguió en la Rusia zarista.



III. Estrategia para Occidente.

Gramsci pensaba que la clave de la permanencia de las religiones trascendentes o de la propia Iglesia Católica en el caso de buena parte de Occidente, es la profesión de una fe firme e inquebrantable, incluyendo la constante repetición de los mismos contenidos doctrinales. Todo ello colabora, junto con otras vertientes, a la constitución del ya mencionado "sentido común" [4]. Pues bien, según el gramscismo, nadie ha mostrado mayor eficacia que la Iglesia para crear un sentido común, con el singular añadido (esto era para él motivo de envidia y debía ser meta a alcanzar por el Partido Comunista Italiano), de que la Iglesia por siglos había logrado amalagamar en su seno tanto al pueblo analfabeta como a una élite intelectual propia. No habiendo permitido, hasta entonces, la escisión entre un pequeño grupo con características por así decir, gnósticas (como selecto grupo conocedor) y una masa con acceso únicamente a manifestaciones de religiosidad popular.

Es así que, para Gramsci, la gran falla de todas las filosofías inmanentistas[5], incluído el marxismo, ha sido el no haber acertado a unir en una misma creencia o "sentido común", a los intelectuales y al pueblo, a los doctrinarios y a los practicantes, a los expertos o "iniciados" y a los neófitos. Precisamente a eso se abocará Gramsci, a subsanar esa carencia, a través de sus deletéreos escritos, elaborados en las prisiones mussolinianas.

Gramsci estimaba que la revolución no habría de hacerse -ya lo hemos visto- modificando las relaciones económicas, esto es, estructurales. No, eso no habría de funcionar en Occidente. ¿De qué serviría una sociedad política marxista sobrepuesta a una sociedad civil férreamente cristiana? Ello conllevaría muchos riesgos, toda vez que el expediente de las armas y la represión no puede funcionar indefinidamente. Por ello, Gramsci postulaba iniciar cambiando la superestructura (religión, derecho, arte, ciencia, medios de comunicación) para que transformando la mentalidad (lo que Marx denominaba superestructura ideológica) de la sociedad civil, luego esta pudiera caer como fruta madura, y entonces sencillamente la sociedad civil asimilaría a la sociedad política, no habiendo ya contradicciones entre ambas.

Atendamos a un conocido autor español, profundo conocedor del pensamiento gramsciano: "¿Cómo hacerse con la sociedad civil, esa amalgama de ideas, creencias, aptitudes, aspiraciones? La respuesta de Gramsci pasa por una comprobación: la sociedad civil está «poblada» de elementos culturales: modos de pensar, de sentir, de situarse ante la vida, de leer, de divertirse .. . . . Se trata, por tanto, de conquistar la cultura para el marxismo, de organizar la cultura por medio de la captación de sus agentes, los intelectuales" [6].

De suerte tal que el punto central habría de consistir en lo que Gramsci denominaba "mutación del sentido común", uno de cuyos pivotes habría de ser precisamente el dominio y control de los medios de comunicación de masas, a través del desarrollo de toda una lucha cultural (Kulturkampf) contraria a la concepción trascendente de la vida.

Para el ilustre pensador italiano Augusto Del Noce, el gramscismo representa precisamente la culminación de todo el proceso secularista; "es un cierre total a cualquier trascendencia metafísica y religiosa, hasta el punto de poder decir que, para Gramsci, la misma revolución comunista no es sino un momento de una más amplia «reforma intelectual y moral» enderezada a la realización de la plenitud del secularismo" [7].



IV. Aspectos y conexiones filosóficas.

Una de las peculiaridades del gramscismo es que identifica filosofía y política, y a la vez concibe a la historia (política) como filosofía (realizada o realizándose). Se le considera -y en cierta manera- se autoconsidera continuador del actualismo y la filosofía de la praxis de Gentile [8]. No obstante, fue feroz la crítica que le dirige, al igual que a Benedetto Croce. Es oportuno recordar en el presente contexto que Gentile visualizaba su propia colaboración con el fascismo como una realización de su filosofía, el actualismo: la dialéctica no de lo pensado, sino del acto de pensar, del pensar como acto puro, esto es, subjetivismo filosófico, cuyo criterio de validez es la exterioridad como verificación del pensamiento en cuanto tal.

Vista entonces la historia contemporánea desde lo que sería una "óptica revolucionaria", la historia moderna es filosófica, en el sentido de que es la realización y la verificación de dos vertientes del hegelianismo, las dos en forma de la ya mencionada filosofía de la praxis: la marxista y la de Gentile. Si la primera desembocó en una revolución y en la formación de eterminados imperios (finalmente fallidos), la segunda es la que ha dado lugar a diversas tentativas de una revolución occidental, adaptada a países con características liberal-democráticas, y de base industrial, poniendo en ejecución una filosofía del devenir, que a últimas fechas ha involucionado en un mero materialismo neopositivista, que "es la cobertura del conservadurismo burgués llevado a su integralidad" [9]

A Croce particularmente le reprocha el no haber desarrollado una Kulturkampf [10]. Gramsci cree reproducir en sí mismo, tomando como plataforma el pensamiento de Benedetto Croce, el mismo proceso que en el pensar inmanentista de Occidente, condujo de Hegel a Marx, a través de Feuerbach y los neohegelianos de izquierda, ello con la finalidad de instaurar una genuina cristalización del marxismo, pero depurada de todas "las incrustaciones naturalistas y positivistas y de sus desviaciones revisionistas" (Gramsci). El hecho es que Gramsci desemboca en una suerte de actualista (gentiliana) "filosofía de la praxis" subjetivista que sobreconforma y recodifica lo que era su plataforma de base: el objetivista materialismo histórico.

Ello no significa que Gramsci "renunciára" al pensamiento de Marx, eso no sucede en ningún momento. Lo que acontece, -y en ello adherimos por entero a la interpretación de Del Noce- es que, más allá de la explícita intencionalidad del autor de los Cuadernos de la Cárcel [11], si atendemos a la inexorable trabasón lógica, el operativo filosófico gramsciano, de algún modo «realiza», «actualiza» la meta de toda la "filosofía de la praxis: superar toda manifestación de "filosofía especulativa", lograr que, de facto, la filosofía devenga política e historia o, si se quiere, historia política y, ser a la vez, el detonante y el catalizador, que vuelva del revés, esto es, subvierta, todo el dispositivo ideológico que configura el sentido común (hoy llamado muchas veces "imaginario colectivo") de una sociedad, entendido en el sentido ya líneas arriba indicado.

Por lo que respecta a Croce, por un lado le reconocía su gran "aportación a la cultura mundial" (sic) y que consideraba "una conquista civil que no debe perderse" la cual estribaba justamente en su concepción de que "el hombre moderno puede y debe vivir sin religión, y se entiende sin religión revelada o positiva o mitológica o como quiera decirse" [12]. Mas, por otra parte, lo calificaba de "papa laico", "instrumento eficacísimo de hegemonía" [13], y le formulaba severos reparos y objeciones en referencia al significado histórico que Croce le atribuía al Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Francesa, entre otras cosas.

A ambos -Croce y Gentile- les espeta el haberse opuesto al movimiento modernista -al interior de la Iglesia Católica- ya que consideraba que la única forma, atención a este punto, en que una religión trascendente puede desvirtuarse, es mediante descomposición interna; de llevarse hasta sus últimas consecuencias este proceso, el catolicismo habría de desembocar en el secularismo, que ya vimos que en Gramsci implicaba "un cierre total a cualquier trascendencia metafísica y religiosa" (Del Noce). No ve el que no quiere ver, aunque algunos se afanan en desempeñar el triste papel que Lenin les asignara: el de "idiotas útiles", cavadores -conscientes o no- de su propia tumba. No olvidemos que el concepto de "modernidad" en Gramsci llevaba implícita una exclusión absoluta de cualquier referencia a toda realidad trascendente.



V. Algunas consecuencias socioculturales de la vigencia fáctica del
gramscismo.


No se le escapará al lector avezado que muchos de los afanes y previsiones de este político y filósofo sardo, se han ido materializando en forma tal, que hoy son elementos que forman parte ya de la atmósfera común que respiramos. Hay una inocultable hegemonía secularista que satura la mentalidad de grandes segmentos de la sociedad actual -más allá de matices y variantes a establecerse por países, regiones y ciudades- y va posibilitando, de día en día, que lo que antes era visto como inaceptable, negativo o incluso aberrante, se mire como "normal", positivo y hasta encomiable, en más de una ocasión.

Veamos algunos ejemplos fácilmente constatables: Gramsci postulaba que de la única realidad que se puede (y se debe) hablar, es la de "aquí abajo" (cierre inmanentista total), que los escritores y los pensadores secularistas debían hegemonizar los medios masivos de comunicación (basta encender el televisor, escuchar ciertos programas de radio o asomarse a cualquier kiosko), que había que acabar con el prestigio de autores, instituciones, medios de comunicación o editoriales fieles a los valores de la tradición y por ende, opuestos a los designios de secularistas, laicistas y "modernizantes".

Incluso previó Gramsci la defección de numerosos "católicos" que, deslumbrados por la utopía secularista, habrían de aceptar las diversas formas de "compromiso histórico". El agudo intelectual italiano sabía bien que, se obtenían mayores ganancias por estas vías graduales, de lenta pero sostenida transformación de la mentalidad que por la vía de una persecucion abierta. Toda una hábil guerra de posición estratégicamente concebida y ejecutada. Y muy mal entendida y enfrentada por quienes estarían obligados a hacerlo.

Parecería que vivimos en un mundo diseñado por (y a la medida de) Gramsci: se han invertido las valoraciones morales y políticas, se busca desjerarquizar todo lo valioso, se exalta todo lo que sea o implique "horizontalismo", se "deconstruye" el sano pensamiento filosófico y teológico, de forma tal que queda "pulverizado" en una multitud de nuevas ideologías y "filosofías" cuyo sólo empeño es "desmitificar", "secularizar", "desacralizar".

Seguramente se complacería -y mucho- Antonio Gramsci al ver en pleno proceso de realización (actualización, diría Gentile) algo que alguna vez "profetizó": el fin de la religión tendría que ocurrir por "suicidio", al diluirse los límites de la Cristiandad con respecto al mundo moderno. Mientras unos sueñan con que lo que está acaeciendo es una "cristianización del mundo", lo que en realidad se está dando es justamente lo contrario: segmentos considerables de 'cristianos' se mundanizan, adoptando los parámetros y criterios propios de una mentalidad totalmente inserta en una cosmovisión intramundana y secularista. Aunque no siempre se niega explícitamente, viven como si el mundo trascendente no existiera, como si todo empezara y terminara "aquí abajo".

El programa era (y es) bien claro: "lograr el desprestigio de la clase hegemónica, de la Iglesia, del ejército, de los intelectuales, de los profesores, etc. Habrá incluso que . . . enarbolar las banderas de las libertades burguesas, de la democracia, como brechas para penetrar en la sociedad civil. Habrá que presentarse maquiavélicamente como defensor de esas libertades democráticas, pero sabiendo muy bien que se las considera tan solo como un instrumento para la marxistización general del sentido común del pueblo" [14].

Otro lamentable hecho fácilmente constatable en diversos ambientes culturales de Occidente, sobre todo del latino y latinoamericano, es lo que se ha dado en llamar la "traición de los intelectuales". Esto se ha ido logrando por diferentes vías, ya sea mediante favores, concesión de prebendas, canonjías y halagos de todo tipo, o si no, mediante la táctica opuesta, que es la seguida con los intelectuales y profesores que no se doblegan ante estas formas de cooptación; para ellos están la presión, el chantaje, la amenaza y el boicot cuando no de plano, el desprestigio, la calumnia y la difamación.

Y es que en la estrategia gramscista el quebrantar de un modo u otro al intelectual opositor es fundamental: oigamos de nuevo al Padre Sáenz: "Gramsci considera que se ha ganado una gran batalla cuando se logra la defección de un intelectual, cuando se conquista a un teólogo traidor, un militar traidor, un profesor traidor, traidor a su cosmovisión . . . .No será necesario que estos "convertidos" se declaren marxistas; lo importante es que ya no son enemigos, son potables para la nueva cosmovisión. De ahí la importancia de ganarse a los intelectuales tradicionales, a los que, aparentemente colocados por encima de la política, influyen decisivamente en la propagación de las ideas, ya que cada intelectual (profesor, periodista o sacerdote) arrastra tras de sí a un número considerable de prosélitos" [15].

El que en la mentalidad predominante de nuestros días prevalezca a nivel popular el "da igual cualquier religión", "todo es según como tú lo veas", "haz lo que quieras con tal de que seas auténtico", "ahora ya todo está permitido", y a nivel filosófico el "no hay naturaleza (humana) sino historia", "yo me doy mi propia esencia", "no hay ser, sino tan sólo devenir, o incluso, devenires", "no hay verdad, todo se reduce a multiplicidad(es)", "no hay escritor, sólo texto", "no hay sujeto, sino estructuras epistémicas", y otras sandeces y disparates por el estilo (el catálogo es inagotable), quiere decir que un gramscismo camouflado, en invisible alianza (deliberada o no) con el movimiento New Age y otras inefables adherencias, se sigue imponiendo en toda la línea, más allá de las cada vez más escasas menciones públicas de este autor, tanto por parte de quienes lo apoyan como por parte de sus detractores.



VI. Algunas conclusiones desde el pensar realista.

A estas alturas, cualquier lector atento y medianamente enterado de la situación prevaleciente en el mundo actual habrá ya ido sacando algunas consecuencias lógicamente desprendibles de cuanto llevamos dicho.

Aquí sólo destacaremos algunas que nos han parecido relevantes en relación al desarrollo de una batalla cultural que la filosofía realista debe presentar en función del restablecimiento de la vigencia social, primero del sentido común (ahora sí en la acepción propia del tomismo) que ya no parece estar tan bien repartido como en tiempos de Descartes-, y en segundo término, de sus propios contenidos.

Lo primero a destacar es que si bien en sus variantes leninistas, trotskistas y otras, el marxismo luce seriamente averiado y sin muchos visos de restablecer su anterior influencia o en casos, hegemonía, por otro lado, en su versión gramsciana no sólo está fuerte y vigente, sino incluso, no lejos de conseguir su acariciado triunfo, al imponer su hegemonía en las sociedades occidentales y hasta en sectores del mundo oriental. Hegemonía ciertamente "silenciosa", ya que, prácticamente, nadie habla de Gramsci. (De ocurrir lo contrario, habría más gente prevenida).

En segundo término, hay que percatarse de que a través del control generalizado (felizmente hay excepciones) de los medios masivos de comunicación, -y de las agencias y mecanismos que los proveen de programas, publicidad, información y elementos de diversa índole-, es que se ha ido logrando la hegemonía en la sociedad civil (no olvidemos la diferencia entre hegemonía y dominio), saturando el "imaginario colectivo" o sentido común de sólo intereses y contenidos relativos a "este mundo", de forma tal que toda referencia a lo trascendente queda excluída o, en el mejor de los casos, arrinconada.

Un tercer punto sería descartar la ingenua (por decirlo suavemente) posición de quienes piensan que es compatible, y hasta deseable (?) el profesar juntas una cosmovisión cristiana y realista abierta a la metafísica y esta versión del marxismo supuestamente "deslavada", "soft", "democrática", etc., que sería el gramscismo. Ya hemos visto que es justamente todo lo contrario: es la modalidad más insidiosa, aviesa, sutil y engañosa no sólo del marxismo, sino de todo el pensar secularista, inmanentista y horizontalista presente en la Filosofía contemporánea, representando incluso su culminación, en cierto modo su forma más acabada, más allá de los Nietzsche, Foucault, Derrida, Vattimo, Lyotard, Rorty, Lipovetsky, Baudrillard, Luhmann, etc.

El cuarto aspecto a destacar es que el gramscismo representa el más agresivo, cáustico y disolvente ataque contra toda forma de religión trascendente, y en particular contra el catolicismo. Mucha de la descristianización actual obedece en buena parte a la acción destructiva y semioculta de los «intelectuales orgánicos» a la Gramsci, estratégicamente situados, cuya acción toda se encuentra encaminada a la "mutación del sentido común" teísta y cristiano a fin de que devenga su opuesto.
Ello implica su proyecto de "descomposición interna del catolicismo", de "hacer saltar la Iglesia desde dentro" y de liquidar totalmente el "antiguo concepto del mundo" ínsito en la cultura cristiano-católica.

Finalmente, hay que señalar que todo intelectual o pensador consecuente que adhiere a la cosmovisión cristiana, y por ende, acepta los principios metafísicos y epistemológicos de la filosofía realista, debe ser consciente de que pocas cosas contribuyen tanto al avance del secularismo como la defección de teólogos, profesores, pensadores, periodistas o escritores. Por lo cual habrá que pensar en congruencia con los principios que se dice profesar pero, no menos importante, habrá que también llevar una vida coherente que no desvincule e incomunique las distintas dimensiones de la vida humana. "Quien no vive como piensa, acabará pensando como vive".

Notas:

[1] Llama la atención cómo, existen personas que no habiendo jamás profesado simpatías por el marxismo, se dedican a coleccionar todo tipo de souvenirs de la desaparecida Unión Soviética.

[2] Alfredo Sáenz, S.J., Antonio Gramsci y la Revolución Cultural. Editorial APC, Guadalajara, Jalisco, México; 2001 6. P. 10.

[3] Marx por su parte, entendía por sociedad civil, un complejo de relaciones materiales y económicas; por lo tanto, la remitía a la
(infra)estructura.

[4] Aquí por "sentido común" no se entiende la noción clásica que consiste en el sentido que se deriva del conocimiento innato de los primeros principios, sino "como el modo común de pensar, el común sentir de la gente, que históricamente prevalece entre los miembros de la sociedad" (P. Alfredo Sáenz, íbid., p. 25).

[5] Sumariamente, negadoras de la trascendencia, de cualquier "más-allá".

[6] Rafael Gómez Pérez en la Introducción al libro de Augusto del Noce: Italia y el eurocomunismo: una estrategia para Occidente. Ensayos Aldaba. Madrid 1977. P. 18.

[7] Augusto del Noce; Italia y el eurocomunismo; una estrategia para Occidente. Ediciones Aldaba, Madrid 1977. P. 45.

[8] Giovanni Gentile (1875-1944). Filósofo y político italiano. Desarrolló el actualismo como continuación del pensamiento idealista de Hegel. Ministro de Cultura del gobierno de Mussolini.

8 bis Benedetto Croce (1866-1952). Filósofo, historiador y político italiano. Influído por Hegel y el marxismo.

[9] Gabriel S. P. Pautasso, en Gladius - Biblioteca del pensamiento católico, núm. 50, Pascua de 2001. P. 77.

[10] Sucintamente, contra la religión, al modo de la Alemania de Bismarck.

[11] Y del propio Gentile.

[12] Las tres últimas citas corresponden a la p. 269 de la Antología de Gramsci, publicada por Edit Siglo XXI. México 1977 3.

[13] Íbid., p. 272.

[14] P. Alfredo Sáenz, S.J., op. cit., p. 43.

[15] Íbid., p. 44.

El autor es profesor de la Maestría en Filosofía

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