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EUROKRISIS

Multiculturalidad

Australia se replantea la multiculturalidad

Australia se replantea la multiculturalidad

AUSTRALIA SE REPLANTEA LA MULTICULTURALIDAD TRAS LAS REVUELTAS DE CRONULLA
BEACH . Sydney Herald Tribune

Un árabe de 16 años de Chester Hill preguntó al conductor de un automóvil en Carlton cuál era su nacionalidad antes de romper la ventanilla del coche con un bate de polo la onche del 12 de diciembre. Cuando el conductor respondió que era australiano, el joven respondió: “Are you Fooking sure you are, you fooking sure? You fooking Aussie (¿Estás seguro de que eres un jodido, un jodido ausi (australiano)” y juró en árabe, según el atestado policial leído ante el tribunal de menores de Sutherland por el magistrado
Paul Falzon.
  
Las imágenes de la revuelta racial en el Día de Australia por gente de la calle ondeando banderas australianas ya parecen remotas, sobre todo con el aumento preventivo en el número de policías tomando cappuccinos en la playa de Cronulla. El ministro de policía, Carl “Sparkles” Scully, ha vuelto a la ciudad, declarando que ha suspendido un viaje a Europa con su familia (financiado por el contribuyente) con el objeto de remotar control de su revuelto ministerio. Justo lo que la policía necesitaba.

Pero al menos esta semana los tribunals de Sydney empezaron a registrar testimonios que señalan a jóvenes árabo-australianos acusados de violentos ataques de represalia tras la revuelta de Cronulla el pasado 11 de diciembre.

Un árabe de 16 años de Chester Hill preguntó al conductor de un automóvil en Carlton cuál era su nacionalidad antes de romper la ventanilla del coche con un bate de polo la onche del 12 de diciembre. Cuando el conductor respondió que era australiano, el joven respondió: “Are you f—-ing sure you are, you f—-ing sure? You f—-ing Aussie (¿Estás seguro de que eres un jodido, un jodido ausi (australiano)” y juró en árabe, según el atestado policial leído ante el tribunal de menores de Sutherland por el magistrado
Paul Falzon. El joven australiano de origen libanés es un hijo de la multiculturalidad australiana.

Debido a la epidemia de problemas similares de ley y orden en otras democracias occidentales con las poblaciones de inmigrantes musulmanes, incluso los izquierdistas están empezando a cuestionar la multiculturalidad. No es la “comunidad culturalmente diversa, unida en un primordial y unificador compromiso hacia Australia” como el primer ministro, John Howard, expresó en su discurso en el Día de Australiana, lo que está siendo cuestionado, sino una ideología sostenida por el estado de bienestar, corrompida por los políticos en busca del voto étnico, que ha favorecido identidades separadas.

Viajando a través de Francia el mes pasado, unas semanas después de que las revueltas raciales encabezasen todos los titulares de la prensa mundial, fue sorprendente contemplar lo rápidamente que los franceses han vuelto a la posición del avestruz: encantadores, urbanos, con su economía de bajo coste energético , y la amenaza de los coches ardiendo y los “jóvenes” de los suburbios siempre presente.

En las primeras horas de la madrugada de Nochevieja en los Campos Elíseos, los vendedores de automóviles cerraban a cal y canto sus concesionarios al tiempo que autobuses repletos de policías llegaban preparados para la invasión de medianoche de los bárbaros de los “suburbios”—como se llama eufemísticamente a los ghettos de negros y árabes.

No se habló nada en los medios de comunicación sobre esas medidas extraordinarias, pero un camarero, preguntado por ello, nos instó a volver pronto a casa porque pronto sería “muy peligroso”.

Durante toda la noche, un grupo de cerca de 30 “jóvenes” de Marsella aterrorizaron a los pasajeros de un tren procedente de la Costa Azul. Los pasajeros fueron robados y golpeados y una mujer sufrió abusos sexuales durante horas, mientras que la policía no intervenía, esperando refuerzos, según el informe de International Herald Tribune de cuatro días más tarde. Quizás la policía no quería enemistarse con nadie.

Las palabras “musulmán”, “árabe” y “apariencia de Oriente Medio” aparecen raramente en tales informes. En París, un detective que trabaja en antiterrorismo me contó que el trato francés a los judíos en la Segunda Guerra Mundial ha creado un poderoso aparato al victimismo, que ha sido utilizado por los líderes de la comunidad islámica para silenciar el debate sobre el fracaso de la integración de la segunda generación de negros y árabes.

“Tiene la nacionalidad francesa porque han nacido aquí pero no tienen una mentalidad francesa,” afirmó. “Pero es imposible hablar sobre ello. Hay que permanecer políticamente correcto.

Las revueltas en Francia coincidieron con la furia en Dinamarca sobre la publicación en un periódico sobre unas caricaturas burlándose del profeta Mahoma. El editor del periódico se ha visto obligado a ocultarse después de que las caricaturas provocasen amenazas de muerte, manifestaciones en Cachemira y la condena de 11 países islámicos— ¡y llevaron a la ONU a condenar al periódico!

A través de Europa, los que un día abogaron por la multiculturalidad se preguntan abiertamente si la política de promover identidades separadas para los inmigrantes a expensas de la integración cohesionadota no ha sido un error.

La respuesta del presidente francés Jacques Chirac a las revueltas de noviembre ha sido conceder más ayudas sociales a los revoltosos como recompensa. Pero también les ha impuesto condiciones más estrictas para la concesión de nacionalidad—deben aprender francés, integrarse y no practicar la poligamia.

En Alemania los que pidan la nacionalidad deberán someterse a un “test de lealtad”, para sondear su opinión respecto a cuestiones culturales como la bigamia y la homosexualidad.

En Australia incluso veteranos izquierdistas como Phillip Adams se cuestionan la multiculturalidad.

En una entrevista a Radio National con el Emeritus Profesor Emérito Jerzy Zubrzycki, que ha pasado por ser el arquitecto del multiculturalismo australiano, Adams afirmó: “Esto recuerda a una de las amenazas apocalípticas, predicciones de Enoch Powell [político británico conservador famoso por su polémico discurso de 1968 basado en que la inmigración amenazaba la unidad nacional].

“En aquella época todos le criticamos, le abucheamos, como era nuestro deber, pero al menos alguna de sus predicciones se están volviendo realidad.”

Un llamamiento solemne del erudito de Paddington. Por supuesto, por una vez, la revuelta de diciembre se produjo inquietantemente cerca de casa de la clase intelectual. Cronulla y Maroubra no se encuentran lejos de Bondi, la playa favorita de los habitantes de Paddington.
Zubrzycki le dijo a Adams que las revueltas de Cronulla fueron una llamada para despertar el multiculturalismo. Ilustraron la locura de arrojar a pobres y no cualificados inmigrantes de Líbano en las afueras de Sidney en los 80, “creyendo que serían controlados por sus familias … Les abandonamos a sí mismos, sin ninguna política concreta de asentamiento, traumatizados por la Guerra civil, incapaces de hablar el idioma, incapaces de tratar con la cultura australiana, siendo en su mayor parte de religión islámica”.

A la vez que prevenía sobre un “periodo de prueba” de 20 años, “en forma de colosales … imparables movimientos de población inmigrante de países al Norte del nuestro y de Africa que están desesperados”, Zubrzycki acusaba al gobierno de Howard de las revueltas de Cronulla . Por lo visto ignoró un informe de 1999 que ayudó a redactar en el que se hacía un llamamiento a favor de la bien alimentada burocracia multicultural. Pero dónde estaba el “arquitecto” Zubrzycki en los 80 cuando se estaban sembrando las semillas de
Cronulla?

Francia Traicionada por la República

Francia Traicionada por la República

FRANCIA TRAICIONADA POR LA REPÚBLICA
por JEAN RASPAIL Le Figaro

Estoy convencido de que nuestro destino como franceses está sellado, porque «En mi casa están en su casa » (Mitterrand), en el seno de « una Europa cuyas raíces son tan musulmanas como cristianas» (Chirac), porque la situación es irreversible hasta el cambio definitivo de los años 2050, cuando los franceses de origen constituyan solamente la mitad (la más avejentada) de la población del país, estando compuesto el resto por africanos, magrebíes o negros y por asiáticos de todas partes originarios de la reserva inextinguible del tercer mundo, con el Islam , integristas y djihadistas incluídos, como elemento dominante, y esto no habrá hecho más que empezar.
 
He dado vueltas en torno al mismo tema como un perro amaestrado en torno a un paquete con trampa. Es difícil tratarlo de forma directa sin que os estalle en la cara. Se corre peligro de muerte civil. Se trata sin embargo de la pregunta fundamental. He tenido mis dudas. Sobre todo porque en 1973, al publicar El Campamento de los Santos ya he contado todo sobre el asunto. No tengo gran cosa que añadir, salvo que creo que el guiso ya está preparado.

Porque estoy convencido de que nuestro destino como franceses está sellado, porque «En mi casa están en su casa » (Mitterrand), en el seno de « una Europa cuyas raíces son tan musulmanas como cristianas» (Chirac), porque la situación es irreversible hasta el cambio definitivo de los años 2050, cuando los franceses de origen constituyan solamente la mitad (la más avejentada) de la población del país, estando compuesto el resto por africanos, magrebíes o negros y por asiáticos de todas partes originarios de la reserva inextinguible del tercer mundo, con el Islam , integristas y djihadistas incluídos, como elemento dominante, y esto no habrá hecho más que empezar.

No sólo Francia está concernida. Toda Europa camina hacia la muerte. No faltan las advertencias – informe de la ONU (que se alegra de ello), trabajos incontestables en especial de los demógrafos Jean-Claude Chesnais et Jacques Dupâquier –, pero son sistemáticamente ocultadas y la Oficina de Estadística juega a la desinformación. El silencio casi sépulcral de los medios de comunicación, de los gobiernos y de las instituciones comunitarias sobre la quiebra demográfica de la Europa de los Quince es uno de los fenómenos más importantes de nuestra época. Cuando se produce un nacimiento en mi familia o en casa de unos amigos, no puedo contemplar este bebé sin inquietarme por lo que le está preparando la incuria de los gobernantes y lo a lo que deberá hacer frente en su fase adulta...

Hay que contar con que los franceses de origen, machacados por el tam-tam incesante de los derechos humanos, de la « acogida al distinto », del «compartir» tan grato a nuestros obispos, etc., encuadrados por todo un arsenal represivo de leyes supuestamente «antiracistas», condicionadas desde la primera infancia al « mestizaje » cultural et de comportamiento, a los imperativos de la «Francia plural» y a todas las derivas de la antigua caridad cristiana, no tendrán otra salida que bajar la cerviz y fundirse sin rechistar en el nuevo molde de “ciudadano” francés del. De todas formas no hay que desesperar del todo. Sin duda subsistirán lo que en etnología se denominan islotes, fuertes minorías, quizá una quincena de millones de franceses y no necesariamente todos de raza blanca que aún hablarán nuestro idioma en su integridad y que se empañarán en permanecer fieles a nuestra cultura y nuestra historia tal como nos han sido transmitidas de generación en generación. Esto no les resultará fácil.

Frente a las distintas “comunidades” cuya formación estamos presenciando sobre las ruinas de la integración (o mejor dicho, a la inversa : somos nosotros los que nos estamos integrando al “distinto” y no al revés) y que en 2050 estarán definitiva y sin duda institucionalmente establecidas, se tratará de alguna forma de una especie de comunidad francesa de la continuidad. Esta se basará en las familias, su natalidad, su endogamia de supervivencia, sus colegios, sus redes paralelas de solidaridad, quizá incluso en sus zonas geográficas, sus porciones de territorio, sus barrios, sus plazas de seguridad y, por qué no, su fe cristiana, y con un poco de suerte católica, si este cimiento consigue sostenerse.
Esto no gustará. El choque se producirá tarde o temprano. Algo como la eliminación de los kulaks por medios legales apropiados. ¿Y después?

Acto seguido Francia no estará poblada más que por ermitaños de todo tipo de procedencias que vivirán en conchas abandonadas por los representantes de una especie extinguida para siempre que se llamaba la especie francesa, y que en absoluto recordaba a la que, debido a no se sabe qué extraña metamorfosis genética, se había apoderado de su nombre. El proceso ya ha comenzado.

Existe otra segunda posibilidad de la que no podría hablar más que en privado y que necesitaría que consultase con mi abogado, consistiría en que los islotes resistiesen hasta emprender una especie de Reconquista sin duda diferente a la española pero que se inspire en sus mismas causas. Sobre este tema esta por escribir una peligrosa novela. No soy yo quien se encargará de escribirla, ya he hecho bastante. Su autor probablemente aún no ha nacido, pero este libro verá la luz en un momento dado, de ello estoy seguro.

Lo que no llego a comprender y que me sume en un estado de perplejidad, es cómo y por qué tantos franceses informados y tantos políticos coinciden de forma metódica, contumaz, no me atrevo a decir que cínica, a la inmolación de cierta Francia (evitemos el calificativo de eterna que revuelve las buenas consciencias) en el altar del humanismo utópico exacerbado. Me planteo la misma pregunta a propósito de todas esas omnipresentes asociaciones de derecho a esto y a aquello, y de todas esas ligas, esas sociedades de pensamiento, esas oficinas subvencionadas, esas redes de manipuladores infiltrados en todos los engranajes del estado (educación, magistratura, partidos políticos, sindicatos, etc.), esos incontables demandantes, esos medios de comunicación correctamente consensuales y todos esos « inteligentes » que día tras día inoculan impunemente su sustancia anestesiante en el organismo aún sano de la nación francesa.
Incluso si soy capaz, como mucho, de concederles algo de sinceridad, me cuesta admitir que se trata de mis compatriotas. Se percibe en mi imaginación la palabra renegado, pero existe otra explicación : confunden Francia con la República. Los « valores republicanos » se declinan en infinitivo, lo sabemos hasta la saciedad, pero nunca hacen referencia a Francia. Sin embargo Francia es ante todo una patria carnal. Por el contrario, la República, que no es más que una forma de gobierno, es para ellos sinónimo de ideología, ideología con una gran « I », la ideología en mayúscula. Tengo la sensación de que traicionan, en cierto modo, la primera por la segunda.

Entre la marea de referencias que acumulo en gruesos expedientes de apoyo de esta tesis, he aquí que bajo una apariencia inocente aclara en gran medida la extensión de los daños. Está tomada de un discurso de Laurent Fabius al congreso socialista de Dijon, el 17 de mayo de 2003 : « Cuando la Mariana (figura femenina símbolo de la república francesa) de nuestros ayuntamientos adopte el bello rostro de una joven francesa procedente de la inmigración, ese día Francia habrá dado un paso en la dirección de hacedr vivir plenamente los valores de la República... »

Ya que hemos empezado con las citas, he aquí dos, para concluir: « No existen bombas atómicas en el mundo para detener la marea formada por los millones de seres humanos que un día partirán de la parte meridional y pobre del mundo, para irrumpir en los espacios relativamente abiertos del rico hemisferio septentrional, en búsqueda de supervivencia. » (Presidente de Argelia Bumedian, marzo de 1974.)

Y esta otra, tomada del Canto XX del Apocalipsis : « La era de los mil años se acaba. He aquí que salen las naciones que están en los cuatro rincones de la tierra y que igualan en número a la arena del mar. Saldrán de expedición sobre la superficie de la tierra, irrumpirán en el campamento de los santos y en la ciudad bien amada. »

Como se echó a perder mi barrio por la multiculturalidad

Como se echó a perder mi barrio por la multiculturalidad

CÓMO SE ECHÓ A PERDER MI BARRIO POR LA MULTICULTURALIDAD, Peter Whittle,
Times (London)

Esta parte del Sureste de Londres nunca fue rica. Era un barrio de gente sencilla. El gran acontecimiento del barrio fue la apertura del primer McDonald del Reino Unido en el comienzo de los años setenta. Pero tenía algo parecido a una identidad colectiva. Ahora, se me antoja fragmentado, con distintas comunidades étnicas que viven unas junto a las otras, a veces de forma tensa, a veces de forma violenta y siempre con una sensación de vacío en el aire.

Como en todas partes en este país, los 40 y tantas negocios de mi barrio del Suroeste de Londres hace mucho que perdieron su tradicional carnicero, panadero y pescadero ante el avance imparable de las grandes superficies. Pero algo que no parecía muy necesario era un negocio ofreciendo transferencias internacionales de dinero.

Sin embargo, caminando hace poco a través de esta poco elegante pero segura calle en mi camino hacia la estación de Woolwich Arsenal, me dí cuenta de que entre las vitrinas de negocios de comida rápida, peluquerías especializadas y carnicerías nuevas, había tres nuevas de este tipo. ¿Tres tiendas entre 40? Debe existir una gran demanda de tales servicios.
Es un lugar bien distinto a lo que Rod Liddle bautizó en The Spectator la semana pasada como la “media luna de oro” de Londres. 10 millas al Norte de Woolwich este semicírculo de influencia (y prosperidad) se extiende de Ealing al Oeste, a través de Notting Hill y Hampstead, hasta Islington al Este. Es la sede de la élite periodística, académica y política del Reino Unido que decide sobre cómo deberíamos sentir sobre la multiculturalidad pero tiene una experiencia deformada de cómo funciona.

La postura oficial en la milla de oro de Liddle es que debemos congratularnos por la diversidad, lo cual es una conclusión sencilla si—con
independencia de su color de piel y tu país de nacimiento—tus vecindarios étnicamente heterogéneos son prósperos y comparten tu visión de las cosas. Y cualesquiera que los recelos que en privado pueda tener la gente, el pensamiento de grupo que se da cita en los restaurantes en torno al Norte de Londres asume que compartes su mensaje.

El estupendo panfleto de Anthony Browne sobre lo políticamente correcto, “La Retirada de la Razón”, describe de qué manera, a pesar de los frecuentes llamamientos en favour de “una discusión franca y completa”, cualquier debate real en Europa sobre multiculturalidad e inmigración ha sido relegado durante años—a veces, como en Holanda, con consecuencias desastrosas.

La consecuencia de haber silenciado los aspectos más negativos de la culturalidad y de haber rechazado su existencia como algo propio de un racismo loco, de forma que no pudiese hablar de ellos en público, está empezando a apreciarse. Al igual que la mayor parte de Londres, Woolwich—que un día fue asentamiento de una importante presencia militar—y su vecina Plumstead, han sido testigos de una afluencia de inmigrantes y peticionarios de asilo en los últimos años, sobre todo de miles de miles somalíes. Lo que un día fue un barrio predominantemente de clase media blanca con unas minorías bien integradas (sinceramente aceptadas) se ha vuelto completamente multirracial.
Esta parte del Sureste de Londres nunca fue rica. Era un barrio de gente sencilla. El gran acontecimiento del barrio fue la apertura del primer McDonald del Reino Unido en el comienzo de los años setenta. Pero tenía algo parecido a una identidad colectiva.

Ahora, se me antoja fragmentado, con distintas comunidades étnicas que viven unas junto a las otras, a veces de forma tensa, a veces de forma violenta y siempre con una sensación de vacío en el aire.

Es difícil no sentir que el boom de negocios de transferencias de dinero es precisamente un elemento que contribuye a aumentar la atmósfera de transitoriedad. Ahora a veces , en calles a las que estoy acostumbrado desde mi juventud en los años sesenta, estoy agobiado por la sensación de que este lugar ya no contribuye a otorgarme mis raíces identificables, que ahora sólo soy uno de los muchos que por casualidad viven aquí, sin un mayor vínculo histórico o sentimental al lugar que la persona de al lado.

Este anonimato puede ser lo que la gente esté buscando cuando eligen vivir en el centro de una gran ciudad, pero es un sentimiento difícil de asumir en un barrio de las afueras que ha visto la mayor parte de tu existencia. Qué más da, puedes decirte. ¿No es esto nostalgia de la peor clase? Es probable que tu rodilla se esté sacudiendo con fuerza. Esta no es la imagen que quieres presentar. Sólo se trata de un deplorable ataque a la multiculturalidad, un fanático rechazo a sumarse a la ovación universal en honor a la sonriente coalición arco-iris que constituye la capital.
Powellismo en estado puro (*por Enoch Powell).

Bueno, no exactamente. Como dice el viejo dicho, la definición de racista es cualquiera que le esté ganando al argumentar polemizar con un progresista—alguien que, después de todo, está acostumbrado a determinar las líneas principales de lo que será aprobado en el debate nacional, está aislado de las consecuencias de sus opiniones, y no le preocupa demasiado que le desafíen.

Pero a pesar de la creciente preocupación a izquierda y derecha por los efectos de la inmigración masiva y la multiculturalidad, la élite de oro que rige el país aún no se han hecho a la idea de que puede haber millones de personas a lo largo y ancho del país que son tolerantes en sus opiniones y que detestan las posturas extremistas, pero que están profundamente preocupados por la forma en la que sus barrios pueden verse afectados por estos cambios sociales y culturales de gran alcance, sobre los cuales apenas tienen ningún control.

La multiculturalidad puede parecer una idea estupenda en Islington, pero tal coexistencia pacífica está lejos de ser la norma en nuestras ciudades del Norte , y las quiebras en el barniz multicultural en las partes más pobres de Londres son cada vez más visibles.

Asesinatos estremecedores como el del joven Thomas ap Rhys Pryce (asesinado a palos sin motivo por cinco pakistaníes) hace que los blancos de clase media se encogan de miedo, que la fractura en la vida social de nuestras ciudades no concuerda con la adornada versión oficial.
Además, la opinión políticamente correcta de que todo conflicto racial tiene su origin en los prejuicios de los blancos hacia otros grupos étnicos, es desmentido por las tensiones existentes entre grupos no-europeos.

Sin duda Woolwich acogió hace un par de años al presentador negro Darcus Howe, que vino aquí para filmar un documental para el Canal 4 y encontró recelo, abusos y a veces violencia extrema entre hindúes y somalíes.

Deprimido, Howe—ciertamente no es alguien de la extrema derecha—se encontró con problemas similares entre jóvenes hindúes y pakistaníes en Walsall, en las afueras de Birmingham.

La realidad es que, si alguien se felicita por la diferencia lo suficiente, nadie eventualmente sentirá lo mismo sobre nada. En Londres, por ejemplo, existen más de 150 lenguas diferentes—una hecho evidente en el tren repleto en el que voy a casa todos los días.

Mientras que en algunos esto puede alagar su sentido de cosmopolitismo, ¿No es posible que para otros, en un contexto cotidiano, ello pueda conducir a una alienación inconsciente. Ya nunca más puedes hacer presunciones sobre tus vecinos, y con esto desaparece cualquier sentido de experiencia práctica compartida. También podrás estar menos seguro sobre la reacción de los otros—y, en un caso extremo, quizás mucho menos dispuesto a intervenir si ves que alguien está siendo atacado en el autobús por protestar por la conducta antisocial de otros, como ocurrió en Londres el año pasado. Podemos felicitarnos eternamente a nosotros mismos por la creación de un melting-pot, pero deberíamos ocuparnos más de que no se alcance mediante la alienación de muchos.